DOI 10.34019/1980-8518.2022.v22.36832
Revista Libertas, Juiz de Fora, v. 22, n.1, p. 123-143, jan. / jun. 2022 ISSN 1980-8518
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La posicionalidad geopolítica en la investigación:
trayectorias de trabajadoras/es sociales bajo las exigencias del capitalismo
cognitivo en Chile
Geopolitical positionality in research: trajectories of social workers under
the demands of cognitive capitalism in Chile
Gianinna Munoz Arce*
Gabriela Rubilar Donoso**
Resumen: En este artículo se analizan las
trayectorias de investigación de un grupo de
trabajadoras sociales chilenas, relevando una
dimensión específica como foco interpretativo:
la posicionalidad geopolítica que va dando
forma a sus trayectorias, es decir, las complejas
relaciones de poder que les posicionan en
espacios de valor cambiante y frecuentemente
contradictorio, marcados por las exigencias del
capitalismo cognitivo. En base a las
contribuciones de la teoría crítica, el
pensamiento decolonial, perspectivas
interseccionales, critical race theory y teorías de
posicionamiento indígena, se identifican ciertos
“marcadores” o jerarquías de opresión que dan
forma a esta posicionalidad –clase, género,
etnia, territorio, disciplina, entre otras- , las
cuales configuran la posición que construyen
las/os trabajadores sociales en su trabajo
investigativo y los anclajes identitarios que dan
sentido a la tarea de investigar en un escenario
competitivo y regido por los criterios de la
“economía del conocimiento”.
Palabras clave: trayectorias, investigación,
posicionalidad, geopolítica, trabajo social
Abstract: This article analyses the research
trajectories of a group of Chilean social
workers, highlighting a specific dimension as an
interpretative focus: the geopolitical
positionality that shapes their trajectories, i.e.
the complex power relations that position them
in spaces of shifting and often contradictory
value, marked by the demands of cognitive
capitalism. Drawing upon critical theory,
decolonial thought, intersectional perspectives,
critical race theory and theories of indigenous
positioning, we identify certain "markers" or
hierarchies of oppression that shape this
positionality -class, gender, ethnicity, territory,
discipline, among others- which shape the
position that social workers construct in their
research career that give meaning to the task of
research in a competitive scenario governed by
the criteria of the "knowledge economy".
Keywords: trajectories, research, positionality,
geopolitics, social work
Recebido em: 21/01/2022
Aprovado em: 05/05/2022
* Núcleo Estudios Interdisciplinarios en Trabajo Social, Departamento de Trabajo Social, Universidad de Chile.
** Núcleo Estudios Interdisciplinarios en Trabajo Social, Departamento de Trabajo Social, Universidad de Chile.
Gianinna Munoz Arce; Gabriela Rubilar Donoso
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Introducción
La importancia de la investigación ha sido ampliamente discutida en el trabajo social
latinoamericano desde sus inicios. Autoras como Matus, Aylwin y Forttes (2004), Rozas (2005),
Aquín (2006), Aguilar et al. (2008), Parola (2009), Cazzaniga (2009), Falla (2009), Rubilar
(2009), Grassi (2011), Burgos (2011), Travi (2014) entre otras, reconocen que, a inicios de
2000, se comienzan a incrementar los debates en torno al rol y carácter que juega la
investigación en trabajo social. Surgen en este contexto discusiones sobre las prioridades de
investigación, las teorías que las sustentan, sus alcances, especificidades y exigencias. Estas
preocupaciones se producen al alero de la expansión/creación de nuevos programas de
doctorado en trabajo social en países vecinos -como Brasil y Argentina- y al incremento en la
oferta de postgrado en Chile, lo cual ha contribuido a la formación de nuevas/os
investigadoras/es y ha potenciado espacios para la enseñanza de la investigación y la
reflexividad sobre su quehacer. En este período, también se observa en Chile una ampliación
de las posibilidades de investigación en general, gracias a los programas de becas impulsados
en el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2009), aumentando con ello la cantidad de
trabajadoras/es sociales cursando doctorados, la productividad investigativa y el debate sobre
su impacto. Como consecuencia de lo anterior, la comunidad académica de investigadoras/es
vinculados al trabajo social en Chile se ha ampliado en los años recientes. Así queda en
evidencia cuando se comparan los 70 trabajadores sociales con grado de doctor castrados en un
registro iniciado en el año 2013 (Rubilar, 2015) con los 150 doctores registrados al momento
de escritura de este artículo (Rubilar, 2022a).
Si bien la investigación ha estado en el corazón del debate disciplinar del trabajo social
desde sus inicios, el acumulado de investigación en trabajo social ha sido frecuentemente
invisibilizado en las narraciones históricas sobre la profesión, cuestión que problematizan
Matus, Aylwin y Forttes (2004), Matus (2008) e Illanes (2008), pero que permanece vigente
posiblemente debido al carácter de disciplina aplicada y a los estereotipos construidos en torno
a las desventajas de las mujeres en el campo de la producción intelectual (Reininger, 2018). La
invisibilización de la investigación realizada se ha traducido en problemas de legitimidad y
reconocimiento de la disciplina frente a otras disciplinas de las ciencias sociales, asunto que
también ha sido identificado en el contexto internacional (Teater, 2017; Teater y Hannan, 2021).
De ahí la relevancia de reconstruir las trayectorias de investigación de trabajadoras/es
sociales chilenas/os, en la perspectiva de contribuir a la discusión disciplinar y documentar los
alcances de la investigación en la producción de conocimiento, visibilizando el camino
recorrido en esta materia y poniendo especial atención a las reflexiones que las/os
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investigadores construyen respecto de este quehacer que se produce en un escenario bastante
controversial, marcado por las orientaciones del capitalismo cognitivo en la investigación
(D’Amico, 2016) y los énfasis de la economía del conocimiento (Lander, 2008) que está a la
base de las políticas de fomento a la investigación en Chile (Labraña et al., 2021).
En este artículo se analizan las trayectorias de investigación de trabajadoras/es sociales
relevando como eje de análisis la construcción de la posicionalidad en la carrera de
investigación. Para ello, se identifican ciertos marcadores que dan forma a la posición de los
sujetos en términos geopolíticos, observando la manera en que diversas jerarquías de opresión
–clase, género, etnia, edad, territorio, entre otras- van configurando un lugar (o un lugar
ambivalente) y diversos anclajes identitarios dan sentido a la opción por investigar en un
escenario que está dominado por las orientaciones de mercado en la investigación.
La pregunta central que guía la argumentación es ¿Cómo construyen su posición de
investigadoras/es las trabajadoras sociales en este contexto? La noción de posición, desde una
perspectiva geopolítica, es clave en esta exploración, en tanto queremos evitar la simplificación
y la despolitización de las realidades complejas que están implicadas en el “habitar” un espacio,
que se producen por ejemplo cuando se reduce la idea de espacio al territorio geográfico
(norte/centro/sur), a las divisiones político-administrativas (provincias/capitales, rural/urbano,
etc.), o a las clasificaciones en función de riqueza/pobreza (comunas ricas/pobres) (Araujo,
2009). Con esto queremos plantear, siguiendo las propuestas del pensamiento decolonial, que
hay zonas del “ser” y del “no-ser”, en el sentido propuesto por Frantz Fanon (2010), en cada
continente, país o ciudad, en cada escuela u hospital, en cada espacio. Como explicaremos más
adelante, el foco conceptual del estudio está puesto en la noción de “posición”: la posición que
se produce en medio de los entramados del poder y la resistencia, que se generan a su vez
localizadamente en cada espacio, en este caso, en los espacios de investigación que ocupan
trabajadoras/es sociales.
La pregunta que abordamos en este trabajo conlleva la discusión sobre geopolítica del
conocimiento desde una escala macro (geopolítica como parte del sistema capitalista) para
usarla a una escala micropolítica, es decir, como clave interpretativa que permita comprender
las trayectorias individuales de investigación de trabajadoras/es sociales bajo las dinámicas del
capitalismo cognitivo y la economía del conocimiento.
Las universidades chilenas, como en el mundo entero, operan bajo la lógica de
incentivos por productividad acordes con los enfoques gerencialistas imperantes. En este
sentido, y desde una mirada macro, todas/os las/os trabajadoras/es sociales estarían
desarrollando sus trayectorias de investigación bajo este marco. Sin embargo, lo que queremos
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develar en este estudio es la manera en que ciertos elementos de las trayectorias biográficas de
las/os trabajadoras/es sociales –lugar de nacimiento, edad, lugares y oportunidades de
formación, adhesiones políticas, género, redes de contacto, entre otros elementos que suponen
jerarquías o diferenciaciones- van perfilando una posición geopolíticamente diferenciada, y por
cierto, ‘situada’ en el sentido propuesto por Haraway (1995).
Aproximaciones conceptuales a la noción de ‘posicionalidad geopolítica’
La ‘geopolítica del conocimiento’ es una noción que ha sido una de las piedras angulares
del pensamiento decolonial. Refiere a una problematización histórica de la imbricación de las
estructuras de poder y conocimiento Tuathail y Dalby, 1998), situando como punto de partida
la colonización y el despojo de pueblos ancestrales o primeras naciones (Nakata, 2014). Desde
esta perspectiva, los pueblos conquistados y dominados fueron ubicados en una posición natural
de inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus
descubrimientos mentales y culturales (Quijano, 2000). De ahí en adelante, se han ido
configurando históricamente mecanismos que han permitido la producción y reproducción, la
difusión y el uso del conocimiento hegemónico en detrimento de los ancestrales. En palabras
de Castro-Gómez (2000), emerge el epistemicidio –aniquilación de los conocimientos de
pueblos ancestrales- y la creación de una línea imaginaria, pero no menos potente, que divide
las zonas del “ser” y del “no ser” (Fanon, 2010): lo que “es”, es reconocido, existe, es válido
porque funciona de acuerdo a los patrones de acumulación del capitalismo; y lo que “no es”
lo que está fuera, invisible, inservible, disfuncional para dicha lógica de acumulación. A partir
de esta distinción de zonas del “ser” y del “no ser”, se establecen jerarquías de dominación en
base a las diferencias (epistémicas, raciales, espaciales, sexuales, de género, corporalmente
funcionales, estéticas, especistas, etc.), las cuales son “jerarquizadas”, dando como resultado
una “posicionalidad” que refleja asimetrías (Anthias, 2012; Nakata, 2014).
Las perspectivas interseccionales han aportado de manera sustantiva a la comprensión
de estas jerarquías de opresión y sus múltiples imbricaciones. A partir de estas aportaciones,
Hoffman y Cabrapan (2021) proponen la noción de “posicionalidad geopolítica”, para relevar,
dentro de las intersecciones de las jerarquías de opresión, las complejas relaciones de poder que
posicionan a los individuos y colectivos en espacios de valor geopolítico cambiante y
frecuentemente contradictorio. La idea de posicionalidad se origina en los estudios migratorios
desde los feminismos interseccionales, en el sentido del cruce de fronteras, no solo geográficas
y políticas sino también categoriales (Anthias, 2012), que determinan acceso a derechos y
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oportunidades, y a los privilegios y exclusiones que de estos derivan (Magliano, 2015),
determinando así la capacidad de agencia de las personas (Pessar y Malher, 2003).
La posicionalidad de los sujetos se produce en el orden social es decir, en la
intersección entre individuo y estructura, e involucra relaciones de poder complejas y globales
que (re)posicionan a individuos y colectividades residentes en espacios de valor geopolítico que
no son neutros, sino “generizados” (Hoffman y Cabrapan, 2021), o en otras palabras, que operan
en el dominio de la colonialidad del género a escala global (Lugones, 2021).
En este sentido, el género, la edad, el territorio y/o la raza, entre otras jerarquías de
opresión, operan como marcadores de posición, es decir, distinciones o señalamientos que
definen posicionalidad, materialidad social, y condiciones sociales de existencia al encontrarse
profundamente imbricados. Como ha dicho Villegas (2020), la causa es consecuencia y
viceversa –se es pobre porque se es negra/indígena, se es negra/indígena porque se es pobre.
En ese sentido, vale la pena enfatizar que el capitalismo, como lo advirtieron hace
décadas feministas como Heidi Harttman (1982) o María Lugones (2021) se alimenta
mutuamente tanto con la colonialidad como con el patriarcado –donde las diferencias de
raza/etnia y sexo-genéricas constituyen obstáculos para la acumulación de capital, en tanto
proponen otras maneras de comprender el sentido del trabajo, las configuraciones familiares, la
reproducción y la sostenibilidad de la vida. Pensadores como Grosfoguel (2021), van más allá,
no hablando de capitalismo’ a secas, ni siquiera de capitalismo global’, sino de ‘sistema-
mundo capitalista patriarcal occidentalocéntrico cristianocéntrico moderno colonial’. El uso de
esta larga frase se propone, ha planteado el autor, llamar la atención respecto a que el
capitalismo no es solo un sistema económico, sino que es una civilización, una racionalidad y
una ética.
Esta racionalidad capitalista tiene un correlato directo en el plano de la generación de
conocimiento. La noción de ‘capitalismo cognitivo’ es crucial para comprender cómo el
epistemicidio va dando lugar a la colonialidad del saber (Quijano, 2000) y luego a la
mercantilización del saber (Vercellone, 2013). Como ya hemos señalado en trabajos previos
(Muñoz-Arce, 2018; Muñoz-Arce y Rubilar, 2020; Muñoz-Arce et al., 2021), la instalación de
lógicas de mercado en la investigación –que se traducen en indicadores de productividad
investigativa o bonos de incentivo a la publicación, por ejemplo- han vaciado de sentido ideas
como “impacto” o “innovación”, fomentando el trabajo individual en detrimento de la
colaboración, y reforzando la competencia al interior de los equipos de trabajo.
Siguiendo a D’Amico (2016, p. 432) el capitalismo cognitivo es una nueva fase de
acumulación que implica una nueva geopolítica donde el conocimiento ocupa un lugar central,
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poniendo de relieve los flujos de poder que circulan en el mundo global, donde “la propiedad
intelectual, la concentración del conocimiento y las formas de reproducción social modelan la
producción del conocimiento socialmente útil”. La racionalidad del capitalismo cognitivo ha
tenido un impacto significativo en las políticas de fomento a la investigación a escala global,
donde la vigilancia y control de indicadores de la producción del conocimiento considerado
legítimo –publicación en revistas científicas de “alto impacto” en términos de citación,
cuantificación de los montos adjudicados en proyectos de investigación, producción de
patentes, licencias y spin-offs, entre otros- predominan por sobre el sentido y el potencial
transformador de los resultados de las investigaciones (Muñoz-Arce, 2018; Fardella et al., 2019;
Rubilar, 2022b).
En este marco, nos preguntamos ¿Cómo han desarrollado las/os trabajadoras sociales
sus trayectorias de investigación al alero de políticas orientadas por los principios del
capitalismo cognitivo? ¿Cómo construyen su posición de investigadoras/es en este contexto?
Por una parte, los estudios de posicionalidad geopolítica plantean que estas tensiones –entre el
horizonte ético-político y las condiciones de operación capitalistas- dan lugar a una suerte de
deslocamiento o la producción de un no-lugar en los sujetos. Generalmente se produce cuando
los sujetos han tenido la experiencia de movilidad ascendente (provienen de comunidades
excluidas y/o empobrecidas, y gracias a sus estudios y empleo adquiridos, logran avanzar en la
escala social). La movilidad ascendente pone al sujeto en un no-lugar en el sentido en que su
comunidad de origen ya no le ve como un igual, pero tampoco se reconoce como parte de los
grupos privilegiados de los que llega a formar parte (Santos Junior, 2021). El deslocamiento
puede ser de clase, pero también geográfico, sexo-genérico, o de cualquier otra naturaleza en
tanto simbolice un desplazamiento en términos identitarios (Oliveira Coutinho, 2020). Es estar
en permanente transición, en ese espacio liminal (Lugones, 2021).
En este marco se producen ambigüedades frente al pasado ilusiones biográficas en
palabras de Bourdieu (1996), que generan elaboraciones lineales y binarias sobre la trayectoria
que no tienen sentido. Poner atención a las ilusiones biográficas implica comprender que la
secuencia de acciones o decisiones en una trayectoria de vida no son necesariamente
intencionales o racionales –una tentación difícil de eludir desde el privilegio de la mirada
retrospectiva. Existen buenas razones, plantea Santos Junior (2021) para creer que las acciones
en una trayectoria fueron vividas como sin sentido, o al menos para aceptar que no hay
necesariamente una racionalidad que otorgue o no sentido a las acciones de un sujeto. La
trayectoria no es comprendida como un proceso lineal, si no cíclico, donde el binarismo
verdad/mentira no tiene sentido.
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Los marcadores de posición y el tránsito entre lugar y no-lugar van configurando
procesos de identificación/diferenciación en los que se ponen en juego tanto continuidades y
reproducciones, como resistencias y rupturas, formando aquel “tejido contaminado pero
conectivo [..] un acto complejo que genera afectos e identificaciones fronterizas, ‘tipos
singulares de simpatía y choque entre culturas’ […] el ‘entre-medio’ [“inbetween”] de la
cultura, desconcertantemente parecido y diferente” (Bhabha, 1999, p. 96). Las identidades en
ese sentido son flexibles, en permanente construcción, abiertas a modificarse en función de la
posición geopolítica que se vaya configurando en un tiempo y espacio específico.
En este sentido, las identidades son estratégicas y posicionales (Hall, 2003) y tienen un
carácter relacional, es decir, “que supone identificarse con los iguales y diferenciarse de los
otros” (Reguillo, 2000, p. 112). Las identidades, según Reyes (2009) funcionan como puntos
de referencia y anclaje, elementos del orden social que se incorporan. Los anclajes identitarios
constituyen un medio para la acción, en función “de sus pertenencias y fidelidades, de sus
compromisos y estrategias” (Reyes, 2009, p.149). Esto quiere decir que los anclajes identitarios
permiten construir la trayectoria desde la problematización del sentido de dedicar una carrera a
la investigación. ¿Qué Investigo? ¿Para qué investigo? ¿Cuáles son mis causas? ¿Qué es lo que
me moviliza?
Metodología
Los resultados discutidos en este artículo forman parte del estudio longitudinal de
trayectorias y transiciones investigativas de trabajadoras/es sociales chilenos (Fondecyt Regular
N°1190257) que tiene como propósito reconstruir las trayectorias de investigación de quienes
han contribuido a la generación de conocimiento del trabajo social en Chile durante los últimos
20 años. Las interrogantes que dieron origen a este artículo dialogan con otras producciones
escritas desde el trabajo social chileno que interpelan cuestiones similares respecto a las
trayectorias y posiciones del trabajo social en la generación de conocimiento (ver por ejemplo
Comelin y Brito (2022), Iturrieta (2020), entre otros).
El estudio se basa en un enfoque biográfico-interpretativo (Bertaux, 2005), que busca
hacer visible, a través de testimonios, las coordenadas histórico-biográficas de quienes
participan en la investigación. El enfoque biográfico se desarrolla a partir de las narraciones
recogidas desde los propios sujetos, y por ello su vinculación con los relatos e historias orales
(Gaulejac et al. 2005). Se trata de una metodología cualitativa que considera la singularidad y
la heterogeneidad de las situaciones individuales, y permite la aparición progresiva de
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elementos de análisis comunes que estructuran y organizan a determinados colectivos, como
ocurre en este caso, con quienes hacen investigación en trabajo social. Se enfatiza de este modo,
la experiencia vivida: “una experiencia que puede observarse desde múltiples perspectivas, que
sucede y hace sentido en un contexto social determinado y cuya comprensión se ve afectada
por el proceso indagatorio y por las características de quien investiga” (Bernasconi, 2011, p.
20).
En este artículo, abordamos específicamente la construcción geopolítica de la
posicionalidad en tanto investigadoras/es. Las preguntas específicas que guiaron esta
indagación fueron las siguientes: ¿qué aspectos / dimensiones de las trayectorias dan forma a
esa posición? ¿qué marcadores la configuran? ¿desde qué lugares se construye esa posición?
¿qué anclajes identitarios movilizan la trayectoria investigación?
Para responder estas preguntas, se seleccionaron 14 entrevistas en profundidad
realizadas entre 2019 y 2021 por las investigadoras responsables del proyecto, algunas de
manera presencial y otras en forma telemática producto a la pandemia. El corpus de entrevistas
seleccionado corresponde principalmente a entrevistas realizadas a participantes que se ubican
en espacios geográficos distintos a los centros político-administrativos del país –de allí un
primer recorte para situar el análisis de los resultados. De las 14 entrevistadas, 13 eran mujeres
de entre 35 y 55 años, y un varón del mismo rango etario, lo que da cuenta de la distribución
por sexo de una disciplina claramente feminizada. Todas/os las participantes se desempeñaban
en el mundo académico al momento de la entrevista, pero se encontraban en distintos momentos
de su trayectoria vital: la gran mayoría estaba terminando su doctorado o lo había terminado
recientemente, mientras que 6 participantes lo habían terminado hace más de 5 años. La mayoría
de las participantes tenía experiencia en liderar o participar en equipos de investigación,
producir publicaciones y otras acciones de difusión del conocimiento en el marco de su trabajo
académico.
Las entrevistas fueron transcritas verbatim, y luego analizadas y codificadas de acuerdo
a los pasos del análisis temático propuesto por Clarke y Brawn (2017). Todas las/os
participantes del estudio dieron su consentimiento informado para participar del proceso de
entrevista, y el estudio completo, en todas sus fases, fue evaluado y aprobado por el comité de
ética de la institución patrocinante.
Los resultados han sido organizado en 3 temas que emergieron del análisis, y que
configuran lo que Hoffman y Cabrapan (2021) denominan “posicionalidad geopolítica”: los
marcadores de posición, el deslocamiento y los anclajes identitarios que construyen las/os
investigadoras/es.
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Marcadores de posición
Son diversos elementos de la trayectoria los que van dando forma a la posición que
las/los trabajadoras/es sociales construyen en torno a su quehacer académico y “ser
investigador/a”. Dentro de estos marcadores encontramos: clase, territorio, género, etnia,
disciplina.
Marcadores de clase: estigmas asociados al lugar de estudio
En Chile, las oportunidades de estudiar en las universidades más prestigiosas –la
mayoría ubicadas en la región metropolitana de Santiago y en las principales ciudades del país-
se relacionan estrechamente a la capacidad de pago del/a estudiante y a su desempeño
académico -el cual también se relaciona al tipo de establecimiento educacional en el que
completó educación secundaria u obligatoria. En un país donde la calidad de la educación
depende del poder adquisitivo de las familias, el establecimiento educacional de egreso y la
universidad de origen de las/os investigadores opera como un marcador de clase (González y
Dupriez, 2016). Esto no significa que quienes estudiaron en las universidades más prestigiosas
provengan necesariamente de clases acomodadas (pues existen sistemas de becas, créditos y
desde 2016, gratuidad para el 60% más pobre de la población), no obstante, la institución de
educación superior donde realizó los estudios de pregrado opera como una etiqueta, una
categoría que privilegia o estigmatiza según sea el caso. Un entrevistado comenta:
Mi colegio no era tan bueno, yo sentía que al llegar a la [nombra su
Universidad] iba a estar en desventaja…Mis compañeras de la universidad
eran niñas de clase alta. [Al pensar en hacer un doctorado] me recomendaron
Alemania, que no me fuera a un país hispano (E11).
Es raro que un egresado de [nombra su Universidad] llegue a ser Jefe de
Carrera en esta Universidad […] es una cuestión súper sutil pero hay gente
que te dice: 'ay, ¿tú egresaste de la [Universidad]?... con un tono de... '¿será
alguien digno de confianza?'... O, ¿será alguien que tenga una formación
suficientemente sólida? O, '¿lo puedo tomar en serio?' hay ahí una tensión,
respecto de mi propia identidad (E5)
La trayectoria educativa va marcando también un tipo de subjetividad que luego tiene
expresión en las preocupaciones frente a la capacidad/incapacidad de rendir de acuerdo a las
reglas y estándares del capitalismo cognitivo. La impronta de ser un “loser” o un “perdedor” si
no se lograba ser admitido en una universidad selectiva, por lo general ubicadas en los grandes
centros urbanos del país, se marca desde muy temprano (E1, E13); así como también las
barreras de entrada que aparecen al estudiar en establecimientos de educación secundaria que
no son de elite (Aguilar, 2011) -como el no saber inglés por ejemplo, que también representa
otro marcador de clase. El establecimiento educacional de origen, el tipo de educación a la que
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se accedió (técnico-profesional o científico-humanista), la universidad de egreso, el manejo de
una segunda lengua (de preferencia el inglés), son interpretadas como desventajas a la hora de
estudiar los doctorados, y alimentan una posición de subalternidad. El mismo investigador lo
relata muy claramente:
Yo me eduqué toda la enseñanza básica y media en un colegio público... y eran
muy malos, no tuve ninguna posibilidad de aprender inglés. [Cuando cursaba
el doctorado tuve la oportunidad de participar en un curso internacional] había
cinco chilenos, uno venía de Nueva York, otra venía de Canadá, otra venía de
París y otro de Alemania... y yo era el único chileno de Chile... y venía de
[nombra a su Universidad donde realizaba el doctorado] y había egresado de
[Universidad de estudios de pregrado]. Todo el resto, eran egresados de la
Católica, de la Chile.... típico... yo debo reconocer que me sentí... poca cosa...
un poco intimidado, la verdad... porque también hay lenguajes y estilos del
habla... códigos que no son compartidos, y me senun poco intimidado...
tonteras no más... quizás son cuestiones súper sutiles…siempre está esa
cuestión de la legitimación dentro del mundillo académico (E5).
Yo y la decana actual, éramos las únicas que teníamos doctorados anglo, o
sea todos tienen doctorados en países latinos, países de habla hispana.
Entonces son cosas que aquí se valoran (E2)
Marcadores territoriales: ser ‘de provincia’ o de ‘pueblo chico’
Uno de los marcadores de posición que aparece con mayor fuerza en las entrevistas es
el haber vivido y/o haberse desarrollado académicamente en una región distinta a las grandes
áreas urbanas del país. Aparece frecuentemente en las entrevistas que “la gente menosprecia a
académicos de provincia(E1), y que “hay que reconocer que son mediocres” (E2) si se les
compara con sus pares de la región metropolitana, donde las exigencias académicas serían más
altas. Una participante relata cómo desde los inicios de su trayectoria académica sus padres le
dejaron claro que “por ningún motivo” se quedaría estudiando en su ciudad de origen “si
podemos pagar universidad en Santiago” (E4).
El prejuicio contra las universidades regionales se siente fuerte en el relato de otra
investigadora, formada académicamente y trabajando actualmente en el sur de Chile, quien
pone de manifiesto la posición de subalternidad que viven los/as investigadoras/es de ubicados
en regiones distintas de la Metropolitana, además del carácter extractivista de la relación con
colegas de universidades de Santiago:
“Me gustaría tener más conexión con colegas de Santiago que están en
[mismos temas de investigación], pero los tengo más con gente de otros países
[...] Tengo la impresión, tristemente, de que a veces nuestros colegas que están
en las universidades más reconocidas en Santiago, piensan que en región está
la gente que no sabe nada ¿Me entiendes? Que los más malos académicos
están en las universidades regionales, y que los bacanes están en Santiago [...]
¿Cuántas veces una colega de Santiago se ha comunicado con regiones para
invitar a hacer un proyecto de investigación? Salvo que quiera trabajar con
mapuches y en el fondo tú pasas a ser un instrumento” (E1)
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La conformación de una subjetividad subalterna a raíz de la locación geopolítica de la
institución a la que se pertenece también se transmite también hacia estudiantes, tal como relata
una entrevistada:
Cuando me fui [a hacer el doctorado al extranjero], muchos estudiantes me
dijeron ‘tu no vas a volver [a Universidad ubicada en territorio aislado]. Y
ahora yo les dije ‘sí, volví, yo les dije que iba a volver acá’. Me gustaría que
los estudiantes creyeran más en que desde regiones es posible hacer vida
académica, es posible irse a estudiar a otros lugares o abrirse al mundo. Me
parece que acá en la región eso pesa mucho (E12)
Marcadores de género: la investigación y la ‘doble jornada’
La multiplicidad de roles y la carga de la ‘doble jornada’ que experimentan las mujeres
investigadoras es clara en el reporte de las entrevistadas. El momento de cursar un doctorado –
la puerta de entrada a la carrera de investigación- constituye un punto de inflexión relevante en
la trayectoria de las participantes, que pone en jaque las relaciones de pareja e hijos/as.
[Terminé mi doctorado] lidiando con estos asuntos familiares, sintiendo a
veces incluso culpa, de que yo estuviese en la universidad y mi marido en
casa, cosas que tienen que ver con situaciones de género (E3)
En mi familia no hay esos roles tradicionales, marcados, acá compartimos
todo, pero siempre está este peso social que llevamos… tener que sentirnos
responsables, muchas veces, de lo que son los hijos, de la crianza. A veces uno
lo vive con culpas también. Los hijos le cobran a una (E6)
Como muestran ambas citas, tanto quienes han conformado familias bajo esquemas más
tradicionales en términos de atribuciones del rol del cuidado a las mujeres, como quienes han
establecido arreglos más equitativos en la distribución de estos roles, el peso de la cultura
patriarcal –que se manifiesta en los sentimientos de culpa por estar estudiando doctorados-
aparecen con fuerza. Esto es claro en el relato de las mujeres entrevistadas, pero no en el relato
de los varones. Uno de ellos, por ejemplo, reconoce que para desarrollar su carrera de
investigación, su mujer ha tenido que sacrificar su propia carrera:
Fue súper complicado porque... de repente se enfermaban los niños... y no
teníamos con quién dejarlos... entonces, ella [esposa] tenía que faltar al
trabajo, qué sé yo... y ella, al final, decidió renunciar…. terminó renunciando
a todos los trabajos que alcanzó a obtener (E5)
Marcadores de etnia
Este marcador aparece con menos frecuencia en el relato de las/os investigadoras/es.
Solo dos entrevistadas reportan que la etnia o pertenencia a una nación/pueblo originario
determina la posición –de subalternidad- frente a investigadores o comunidades de
investigación europeos o anglo-americanos, señalando, al mismo tiempo, resistencias que han
desarrollado frente a ello. Por ejemplo, una entrevistada relata los conflictos que inicialmente
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vivió al tomar la decisión de estudiar un doctorado en una universidad europea –lo que encarna
la colonialidad del saber de manera explícita- proviniendo ella de un pueblo originario, sin
embargo, reporta haber logrado subvertir esa posición a través del proceso gracias al
estrechamiento de lazos con las mujeres del pueblo originario que fueron participantes de su
investigación. La fuerza construida horizontal y colectivamente forja un sentido de pertenencia
que impulsa, por ejemplo, a publicar resultados de la investigación, y desplazar o revertir esa
posición de subalternidad frente al conocimiento generado:
Yo no intuía que cuando llegara a España [a hacer el doctorado] mi cuerpo se
iba a codificar de otra manera ‘oye, pero ¿de dónde vienes?’. Eso de tematizar
el color de la piel, que a la gente le incomode que no se hable castellano como
se debe hablar castellano. Cosas así, muy sutiles (E13)
[Hacer doctorado en universidad europea] pensar mis temas de investigación
desde este lugar, que también me dio un vuelco, porque inicialmente mi
predisposición [no era buena], lo que tiene que ver también con mi propia
trayectoria vital [de pertenecer a un pueblo originario] (E3)
En una nea similar, otra entrevistada comenta que en su trabajo académico se enfrenta
constantemente a la supremacía de investigadores europeos, frente a lo cual intenta calibrar las
posiciones de poder a través del uso del idioma en las conferencias donde comparte sus
resultados de investigación. Se observa en este relato una resistencia importante al carácter
hegemónico del lenguaje en las comunicaciones científicas:
Hay un tema de actitud, porque yo pensé lo siguiente: nosotros tenemos que
aprender a relacionarnos como pares, no en una actitud de sumisión, de
subordinación. Por lo tanto, si aquí viene [un europeo], que da la conferencia
y que hace su presentación en español, y le sale súper mal…. yo voy a hacer
lo mismo en inglés, aunque me salga súper mal [...] no importa, yo lo voy a
hacer porque eso a mí me sitúa en una relación de iguales (E1)
Marcadores disciplinarios
Aparece en algunos relatos de las/os entrevistadas/os que en ocasiones enfrentan un
estigma asociado a la disciplina del trabajo social –atribuyendo a las/os trabajadores sociales
pocas capacidades para desarrollar carreras de investigación, lo que también ha obstaculizado
y afectado la construcción de la posición de investigador/a a través de sus trayectorias. Una
entrevistada comenta:
[En la universidad piensan que las/os trabajadoras/es sociales] no investigan,
y que no terminan sus doctorados. El rector nos dijo en nuestra cara “no hay
permiso para doctorarse, menos aún para trabajo social” (E2)
Este marcador de posición aparece en varios de los relatos de los entrevistados, emergen
en su trayectoria a veces con más fuerza unos que otros, pero están presentes en el análisis en
forma transversal. Trabajo Social, como espacio disciplinar para hacer investigación, es
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significado como lugar de subalternidad por varias entrevistadas. No obstante, si esto se
intersecta con la institución de origen en donde se cursaron los estudios superiores, la posición
cambia, indicando que el marcador de clase tiene un peso significativo. Así lo relata una
entrevistada:
[Trabajo Social era mal visto como disciplina desde la cual realizar
investigación] Sin embargo, aunque suene clasista, el hecho de que haya
salido de [Universidad], yo creo que deja esa tranquilidad a muchas
personas… ‘es trabajo social…. que pena… pero es de [Universidad] (E11)
Por otra parte, y desafiando esta idea de subalternidad del Trabajo Social como
disciplina académica legitimada para hacer investigación, encontramos a trabajadoras sociales
desempeñándose en Departamentos de Sociología, Periodismo, Psicología entre otros. En el
relato de una de las entrevistadas se deja ver que esta posición de subalternidad, si bien ha sido
construida históricamente, no necesariamente se corresponde con la visión que desde otras
disciplinas se hacen sobre el Trabajo Social:
[Ser trabajadora social en Escuela de Sociología] no es problema, pero igual
a mí me pesa un poco, porque siento que estoy jugando a ser socióloga… me
ha pesado en momentos de inseguridad, pienso ‘que estoy haciendo aquí’,
pero, afortunadamente, esta escuela de Sociología es abierta, no es
endogámica. Hay escuelas de sociología que, evidentemente, no seleccionan
la gente que no sea socióloga o sociólogo (E13)
Deslocamiento e ilusiones biográficas
El “no lugar” (Augé, 1993) o ese lugar liminal, de incomodidad, de frontera o tránsito
(Lugones, 2021), aparece como un eje clave en la construcción de las posiciones de las
investigadoras, por ejemplo en lo que refiere al dominio del idioma inglés (que es indicador de
clase social en el caso de Chile), o en la incomodidad con el eurocentrismo de los programas
doctorales:
Por otra parte, se observa una búsqueda más profunda en términos de “rastrear el lugar”,
un intento de situarse en un lugar y desde ahí construir la posición. Ese situarse en el lugar tiene
relación con los vínculos entre trayectorias personales y académicas, en la identificación de
aquello que hace sentido. Este sentido también aparece con fuerza anclado en lo colectivo, en
la construcción de coaliciones contra la opresión, como diría Lugones (2021), donde, para hacer
investigación, es necesario “encontrar el lugar en solidaridad con otras” (E7).
[Una conversación con una profesora me hizo] reflexionar acerca de por qué
estudio este tema y no otro, y tiene que ver con las líneas que se han ido
desarrollando mi trayectoria, porque soy producto de mujeres migrantes, mi
familia son sobrevivientes de la segunda guerra mundial y hay toda una
trayectoria para llegar a donde estoy ahora […] siempre el tema de género y
la exclusión ha cruzado mi trayectoria (E6)
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Mira, una de las cosas buenas que tuvo de venirse a [ciudad], es que logré
conocer el gremio [las asociación profesional de trabajadoras/es sociales]
Porque yo llegué y lo primero que hice fue, a ver, como lo hacemos las
personas cuando llegamos a un lugar extraño, buscar un grupo que hiciera eco
de mi otredad, y buscar esa cosa identitaria. Entonces dije: “me uno al Colegio
de Trabajadores Sociales” (E7)
Esa búsqueda de un anclaje colectivo también es fuente de construcción de posición.
Por ejemplo, una participante, comenta cómo el trabajo de campo de su investigación le
permitió recomponer un lugar híbrido –el lugar de mujer mapuche, del campo, pero también
académica, en una universidad europea, re-ubicando su posición:
Yo me resistía [a la lógica académica extractivista] “ah, no, yo soy una mujer
mapuche, ¿o no lo soy?”. Y no…me di cuenta que no es así. Entonces eso
me gustó, reconciliarme con el mundo académico, conmigo misma y no
sentirme culpable, o mal, o traidora [por producir conocimiento para la
investigación]. Me emocioné mucho en el trabajo de campo, con cada viaje,
me hizo crecer también y me hizo fortalecerme más como mujer mapuche y
sentirme acompañada […] Con varias de ellas [participantes de su
investigación] hemos mantenido los vínculos, de cuidado, de ánimo, para
sentirnos contentas. Ayer estuve revisando otra vez el cuaderno de campo, vi
lo que ellas me fueron devolviendo: ‘eres una hermana, una mujer mapuche,
entonces te estamos ayudando, queremos que te vaya bien en tu
investigación’. Entonces eso fue muy potente, cuando fui consciente de esto
me alegré mucho… entonces escribí el artículo…Yo misma no tenía
esperanzas… hay mucho de mi proyección en mi investigación. [Yo pensaba
que] mis hermanas mapuches no tenían fuerza, no tenían herramientas, no
tenían condiciones, y no, todo lo contario...las crearon, las han creado, y yo
misma las he creado (E3)
El ‘no lugar en la academia también se expresa en la incomodidad que genera la presión
del capitalismo cognitivo en términos de aceleración y rendimiento –en término de
publicaciones, postulación a fondos de investigación, entre otros– tal como señalan las
entrevistadas:
Iba a hacer clases sin ganas, me quería desocupar rápido. Entonces, le bajé la
ansiedad al tema de los papers, a postular proyectos de investigación, bajé las
expectativas, porque empecé a darme cuenta que es mucho el costo de
mantenerte como investigadora a costa de una docencia a contrapelo, una
docencia que te agota. Empecé a ver que eso era súper tóxico (E10)
Me molesta el énfasis que hay en las universidades con las publicaciones. Me
parece que es una trama muy corrupta, los índices, el acceso, y si vienes de
aquí o eres mi amiga te acepté enseguida el artículo […] A mí me gusta mucho
la docencia, o sea, me gusta investigar, pero no me gusta publicar, que es otra
cosa. Me gusta la docencia directa, me gusta trabajar con estudiantes, me gusta
guiar sus tesis. Eso me gusta (E8)
Anclajes identitarios ¿Para qué investigo? ¿Cuáles son mis causas?
A partir del análisis se encontraron diversos elementos que configuran al menos dos
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anclajes identitarios que dan cuenta de una posición más bien híbrida en lo que respecta al
sentido: investigar para escalar o mantenerse en la carrera académica e investigar para
posicionar políticamente un tema (investigación militante).
La investigación es lo que facilita escalar o mantenerse en la carrera académica, es decir,
la investigación opera como el “pasaporte” o el “costo que pagar” (E14) para tener una vida
académica, y por tanto, aunque las/os entrevistadas/os son críticos de las lógicas del capitalismo
cognitivo que subyace a la lógica de la investigación, se someten a sus reglas de competencia.
El exitismo es una lógica que atraviesa el ethos del capitalismo cognitivo, y como se señaló en
el apartado anterior, mucho de esta lógica exitista se viene reforzando desde muy temprano en
las trayectorias educacionales competitivas e individualistas que muchas de los/as
entrevistadas/os reportan. La cultura de mostrar los éxitos y ocultar los fracasos es también
mencionada por una investigadora:
Hay una urgencia por aparecer, que en los contextos académicos es muy, muy,
muy exacerbado. Desde la publicación hasta la citación, todo es un efecto
luces. Y poco se habla de lo que hacemos en la trastienda. Nadie dice "me
demoré diez años en un doctorado". Nadie dice "para ganarme este proyecto
de investigación perdí cinco veces y me dieron contra el suelo y me azotaron
la cabeza contra el piso". Esos son los secretos (E7)
El camino de la investigación permite legitimarse, permite fortalecer una posición para
decir que no a los mandatos institucionales, en el sentido de que puede ser mucho más fácil
obtener una nueva posición en otra universidad cuando se ha completado el doctorado y/o se
han adjudicado proyectos de investigación. La posición de poder del/la investigador/a, en ese
sentido, también se va moviendo y permite el desarrollo de resistencias frente a las lógicas del
propio capitalismo cognitivo como ‘renunciar al empleo en una universidad determinada’ (E5)
o ‘hacer un camino autodidacta de aprendizaje’, acercamiento a ciertas teorías silenciadas (E13)
y ‘no aceptar todas las ofertas que se ponen sobre la mesa’ (E8).
Pero también la investigación es un espacio para desarrollar principios que guían en
términos ético-políticos: “aportar al conocimiento en una temática desde una perspectiva más
integral, propia del trabajo social” (E9), “abrir oportunidades de formación para estudiantes que
se proyecten como futuras/os investigadoras/es en Trabajo Social” (E12), incidir públicamente
(E5, E9, E12, E13).
Discusión y conclusiones
Este estudio se propuso explorar cómo construyen su posición de investigadoras/es las
trabajadoras sociales en el marco del capitalismo cognitivo y la economía del conocimiento.
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Las preguntas específicas que se plantearon fueron ¿qué aspectos / dimensiones de las
trayectorias de investigación dan forma a esa posición? ¿qué marcadores la configuran? ¿desde
qué lugares se construye esa posición? ¿qué anclajes identitarios movilizan sus trayectorias de
investigación? Los resultados preliminares de este estudio sugieren que ciertos elementos de
las trayectorias biográficas de las trabajadoras sociales van perfilando una posición
geopolíticamente diferenciada.
Se identifican marcadores de posición que operan con fuerza, por ejemplo, en la
construcción de autorías para producir conocimiento (influye ser mapuche, ser originaria de
determinada ciudad, pertenecer/lucir como representante de x clase social, haber estudiado en
x universidad, tener x color de piel, tener x apellido, etc. en la autorización (autoconferida o
conferida por otros) para producir conocimiento. Estos marcadores operan como barreras,
puntos de quiebre en el sentido de generar posiciones subalternas, zonas del “no ser” (Fanon,
2010), posiciones que van por fuera, que no funcionan, que no se visibilizan; y que por lo tanto
les sitúan por debajo y por el lado de las jerarquías, reflejando asimetrías (Anthias, 2012;
Nakata, 2014; Grosfoguel, 2021).
Sin embargo, estos marcadores de posición también permiten la gestación de
subjetividades de resistencia –resistencias en el sentido de ‘oponerse sin perder el puesto’
(Muñoz-Arce, 2020) frente a las lógicas dominantes: aparentemente neutras, donde la
investigación no debe supuestamente involucrarse en lo político; patriarcales en el sentido de
la naturalización del cuidado como una práctica femenina y que siempre está en disputa con la
labor de investigación; coloniales, en base a la primacía del inglés como lengua dominante;
eurocéntricas en la lógica de comprensión del feminismo como enfoque de investigación, entre
otras.
Las participantes dejan ver estas resistencias frente a estos marcadores de posición, y
son precisamente estas resistencias la que “mueven” la posición de ellas como investigadoras.
En algunos casos estos marcadores de posición no son tan visibles de manera individual, pero
se potencian cuando se entrecruzan, por ejemplo en los ejes de clase/género/etnia, lo que
permite pensar en los aportes de las perspectivas interseccionales a futuras neas de indagación
en esta materia.
Las entrevistadas están en un lugar liminal o fronterizo, como plantea Lugones (2021)
atravesadas de igual manera por las exigencias del capitalismo cognitivo (publicar y adjudicar
proyectos de investigación en un ritmo cada vez más acelerado, competitivo y exitista) y por la
reflexión crítica sobre la propia práctica investigativa: cómo aporta a visibilizar la injusticia,
cómo se acortan las distancias e incluso se enredan las subjetividades de quienes investigan y
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quienes son investigados, rompiendo esa dicotomía. La inquietud por lo colectivo, aparece casi
como una añoranza bajo las lógicas de la economía del conocimiento: la búsqueda de instancias
colectivas, de formación de coaliciones, redes de trabajo para poder subsistir, resistir y disfrutar
del investigar como actividad profesional.
Las tensiones en ese sentido entre las exigencias de las políticas de investigación guiadas
por la racionalidad del capitalismo cognitivo (en tanto condiciones de operación del
capitalismo) y los horizontes ético-políticos de las trabajadoras sociales, una suerte de
deslocamiento o no-lugar (Augé, 1993). Algunas experiencias de movilidad ascendente
reportadas por las participantes del estudio permiten comprender precisamente cómo se va
gestando ese no-lugar, como plantea Santos Junior (2021): el sujeto queda en un no-lugar en el
sentido en que su comunidad de origen ya no le ve como un igual, pero tampoco se reconoce
como parte de los grupos privilegiados de los que llega a formar parte, tal como señala una de
las entrevistadas. La esperanza en la posibilidad de incidir políticamente desde la investigación
contribuye a configurar esa posición ‘entre-medio’, el inbetween que identifica Bhabha (1999),
donde hay contradicciones en las pertenencias y fidelidades, compromisos y estrategias, que
van tomando forma en base a los anclajes identitarios (Reyes, 2009).
El análisis presentado permite identificar estas contradicciones en la construcción de la
posicionalidad de las trabajadoras sociales, y entregan elementos que requieren ser
problematizados más profundamente en futuras líneas de indagación. Estos elementos refieren
al menos a dos escalas: una escala micropolítica sobre a la manera en que las/os trabajadoras
sociales se posicionan, generan estrategias y disputan los espacios y oportunidades de
generación de conocimiento, cómo buscan incidir públicamente y encaminan sus
investigaciones desde un proyecto ético-político que le da sentido desde la perspectiva del
horizonte transformador del trabajo social. Esto implica desmontar aquellas subjetividades
subalternizadas que aparecen en algunos de los relatos de las entrevistadas, en especial cuando
se comparan los rendimientos del trabajo social con los de otras disciplinas de las ciencias
sociales. Vale la pena, en este sentido, problematizar aquellos registros históricos que plantean
que Trabajo Social no investiga –de hecho, los rendimientos de trabajadoras/es sociales en
concursos por financiamiento público en Chile, no distan significativamente de los obtenidos
por otros/as profesionales de las ciencias sociales (Muñoz-Arce y Rubilar-Donoso, 2020).
En una escala más estructural, el desafío está en empujar, como colectivo profesional y
disciplinar, giros radicales en la forma de entender los conocimientos y el rol que cumple la
investigación académica en la producción de mayores niveles de justicia social. Eso implica,
ciertamente, que el trabajo social como profesión y disciplina, a través de sus organizaciones,
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asociaciones y redes, se involucre en procesos políticos de más largo aliento. La acción
colectiva, la búsqueda de alianzas, la formación de coaliciones, es clave para avanzar en esta
línea, y en ese sentido, la tarea de las organizaciones gremiales y académicas del trabajo social
tienen un rol clave que cumplir. En el caso de Chile, donde nos encontramos ad portas de la
construcción de una nueva Constitución Política, estos espacios de incidencia están abiertos.
Queda mucho que aportar desde nuestra profesión y disciplina en la reconfiguración de la
investigación y la generación de conocimiento guiada por los principios de justicia social, que
permitan desmontar las lógicas del capitalismo cognitivo que hoy imperan.
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Agradecimientos
Agradecimientos a ANID/CONICYT/Fondecyt 1190257 Estudio longitudinal de
trayectorias y transiciones de investigación de trabajadores sociales chilenos, y a las personas
entrevistadas en el marco de esta investigación.